jueves, 28 de febrero de 2013

Oda al café de media tarde.

Después de viajes, idas y venidas, historias para no dormir e historias que te duermes, hemos decidido viajar a pequeña escala. O pasear. O pasear por Budapest mientras nos lo comemos. Literalmente. 

Primero fue Szentendre, Viségrad y Esztergom. Buscamos a Diós y no hayamos respuesta alguna. Sólo encontramos un Muffin suyo y hace un par de días, su Brownie. 


Con Caffé Latte, qué tópico para conmigo. 
Szentendre es mágico, aunque me compré un bolígrafo que no pinta, sin magia ninguna. Posee un ambiente muy mediterráneo a pesar de estar a kilómetros del mar. Las casas son de colores y los niños tienen la plaza del pueblo como patio de recreo. Literal. 

Que la primera vez que lo visitase me diesen de desayunar vino con queso de transilvania, también amenizó mucho mi paseo, e hizo que guarde un bonito recuerdo, que resurge en mi mente cada vez que piso suelo de ese pueblecito, al norte de la gran ciudad. 
A mí me parece precioso. Alex dice que sin más, que quizás que haya una tienda de Desigual en el pueblo es lo que más le llama la atención. Pero sabe que va a volver, porque tiene que comerse algo que vimos que ahora no recuerdo qué era. Nuestro turismo se basa en eso, ya lo dije. Comernos todo aquello que visitemos. 

Así que os cuento, sin salirme por la tangente. Clara y yo comimos pogácsa. Pogácsas, así mejor, en plural. Porque probamos todos los disponibles en Szamos. Yo digo que es un dulce salado. Alex prefiere llamarlo pan, a secas. 
-¿Por lo de la simplicidad de los tíos?
-Sí, será por eso. 

Continuamos con el coche, que habíamos dejado aparcado en zona azul. La cual se pagó sola. 
En Viségrad hay un castillo. Eso hay. Y además con vallas, de esas que dicen 'no pasar', en varios idiomas además. Pero ya sabéis como somos. Ahí donde dicen que no, ahí que vamos. Desde arriba se ve el meandro que forma el Danubio. Se quedan bonitas vistas después de retirarte el pelo de la cara. Ya sabéis, viento. 
Clara y yo, haciendo alarde de salto de normas (y de vallas).

Llegamos a Esztergom. Encontrar un bar abierto fue tan insólito como la nevada que cayó de repente. Así que terminamos en un italiano comiendo lasaña y pizza. 
Clara decidió que la pizza con chili estaba buena (que de hecho lo está). Y el propietario del bar decidió que el tamaño de botella de agua debe ser de 250 ml. No es directamente proporcional. 
- Alex, ¿quieres probar la lasaña?
-La probaría pero acabo de comerme un chili de estos, así que ni siquiera la saborearé. Gracias de todas formas. Pásame la botella de agua que llevas en el bolso. 

Al otro lado del río está Eslovaquia. Bueno, un pueblucho, Stúrovo. Que, por cierto, la 'S' tiene un 'chisme' arriba que mi teclado qwerty no contempla. 
Los húngaros decidieron colocar la basílica más grande del país en Esztergom, puesto que fue capital durante más de 300 años, pero eso sí, mirando a Eslovaquia. Un postureo majestuoso. Luego colocaron un puente, ya eso con los años. También se dedicaron a hacer la basílica de mazapán y la colocaron en una cafetería muy mona que tienen en el centro, que también se llama Szamos. 
Se ve que aquí en Hungría lo de los nombres, mal. Tienen 4 nombres: Szechenyi, Deak Ferenc, Vörösmarty y Eszébet. Y todo se llama así. Calles, plazas, puentes, cafeterías, colegios y puticlubs. 
-¿Por lo de las termas?
-Sí, por lo de las termas. 
En Stúrovo los pobres es que no tienen ni cafeterías en condiciones. Bueno, de hecho no tienen ni calle céntrica en condiciones. Sólo poseen una vista preciosa de la ciudad vecina, eso sí. 

Vista de Eslovaquia desde Esztergom. 

Y allí estábamos nosotros cuatro: Clara, Alex, el coche y yo, en la basílica. 

Después de aquel día decidimos 'turistear' por Budapest a menudo. Y con a menudo me refiero a diariamente. En un principio decidimos que los Miércoles, pero al final le hemos cogido gustillo a esto de coger un tranvía, luego un bus con un número al azar y mala pinta; llegar a cualquier lugar en Buda, y pedir té y tarta de galletas mientras te sientas descalzo en puffs. Que a todo esto ¿Quién inventó esas incomodidades? Qué horror. También había un pez naranja y feo con la boca del tamaño del dedo de Chema. Se hicieron enemigos. 


Hoy hemos ido a mi universidad, después de que anoche Alex y yo deciésemos que probar el absenta rojo era una buena inversión. Así que hoy Ibuprofeno y al solecito. Tenemos entre 8 y 12 grados. 
Espero que sigamos así, nosotros con el turismo y el tiempo con su positivismo. Todos contentos. 


Fueron los árabes. Perdón. Quiero decir que fueron los árabes los que inventaron los puffs. Bueno, lo compensaron con la Alhambra y con palabras como 'alcalde', bueno, mejor, con palabras como 'alcohol'. Porque antes, ¿cómo lo llamarían? Qué idiotas los árabes, le pusieron nombre y luego lo prohibieron. 
Y el 'ojalá', que por si no lo sabíais, viene de la frase "in sh Alá" (que Alá otorga). 
Bueno, pues ya nos acostamos todos sabiendo algo más, porque yo todo esto lo encontré buscando el nombre del imbécil que inventó los puffs, pero como no lo he encontrado, me guardaré para mí el par de cosas que pretendía decirle, que esto lo leen mis padres. (Hola mamá).

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