Cada mañana me levanto. Me dirijo al baño. Me visto. Desayuno dos tostadas y un café. Me lavo los dientes. Me peino y me pinto. Siempre el mismo ritual. Aunque las pinceladas de colorete y la dedicación para con mi pelo dependen de varios factores cómo: qué hice la noche anterior, cuánto bebí la noche anterior, o qué puntuación obtiene mi cara en la escala hipotética del miedo ajeno.
Me coloco los cascos. Yo nunca fui de escuchar música mientras llegaba a algún sitio. Realmente lo de escuchar música es totalmente secundario para mí. Incluso voy a hacer deporte sin ella; también es verdad que lo del deporte me toca de muy lejos y de muy de vez en cuando.
Siempre que me propongo ir a correr a la isla Margarita se me vienen a la cabeza un montón de ideas mucho más interesantes, y si no, siempre miro la agenda, veo la cantidad de trabajos pendientes y me digo: 'no puedo permitirme ir'. Claro que no, estabas deseando autoexcusarte. Siempre inventándome palabras. Siempre cambiando de tema. Yo hablaba de música no de correr.
Bajo desde mi tercer piso. Bajar es fácil, la pereza viene al pensar en subir. Abro la puerta y respiro el aire de la calle. Las hojas caducas decoran amarillentas las aceras de la avenida Andrassy. Multitud. Siempre en su justa medida. Sin agobios y sin soledad. El punto exacto de equilibrio. Pulso el botón verde del tranvía número 6 que estaba a punto de partir.
Una vez dentro diviso dónde agarrarme. Soy demasiado enana para permanecer de pie y utilizar los soportes grises que caen del techo, pero no queda otro remedio. La gente me mira. Creo que en mi cara se puede leer que no soy de por aquí. Pero sí, sí lo soy. Al menos por ahora.
Tras pasar el puente salgo y voy caminando hacia el tren. Yo, que tanto odiaba el transporte público debo pasarme veinte minutos a bordo de un tren de cercanías. Pasando una parada tras otra, mientras escribo alguna historia en mi cuaderno. Las cartas que nunca envío son de mis favoritas.
Ahora me toca caminar. Recuerdo cómo me perdía por aquellas callejuelas los primeros días. Soy pésima en las orientaciones. Piso hojas amarillas. Hojas marrones. Sonrío. ¿Qué haré cuando todo esté nevado? Nunca he caminado sobre una gran capa de nieve camino de la Universidad. Ni camino de ningún sitio al que no fuese expresamente a disfrutar de la nieve. Quiero que nieve. Pero aún quiero seguir disfrutando del otoño.
Budapest está precioso cubierto de hojas.
Budapest está precioso cubierto de hojas.
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